Es una tierna hora ésta...
Eran días de mucha reflexión aquellos; reflexión y retiro.
El verano acababa y yo estaba ahí, solo, embebiéndome en profundas y dolorosas reminisciencias. "¿Será correcto?, ¿Es lo que debo hacer?, ¿Pero qué haré sino?" Eran las preguntas que ahogaban mi tranquilidad.
Entonces, extenuado de tanto buscar respuesta a éstas aparentes aporías, me dormí. Rápidamente el sueño se apoderó de mis sentidos. Yo estaba como conciente de que dormía, y esto me agradaba. De pronto mis ojos se abrieron y mi cuerpo se llenó de energía. Mi menta estaba clara, clara como el alba que prontamente despuntaría. Me levanté y apoyé mi frente en el vidrio de mi ventana; apenas podía distinguir los objetos fuera de mi habitación. El tiempo parecía congelado. "Es una tierna hora ésta" pensé. Y mi mente, despejada, sintió un irresistibe deseo de pensar... Pensé entonces en todo lo bueno de mi vida: en mis amigos, mi familia, mis experiencias, etcétera; y pensé también en aquello que tanto me perturbaba. Y así, sumido en una efímera paz espiritual, decidí que tomaría aquel camino: Me iría... y haría de Santiago, un lugar dónde ningún sentimiento me ataba, mi hogar; y del estudio, mi pasión. Estaba decidido.